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Brasil

Romário, otro que también bailaba

Algo interiorizado entre los seguidores del fútbol es saber que los brasileños están hechos de una pasta diferente a aquellos que habitan el panorama europeo, La danza, ritmo y el juego vistoso corre por la sangre de cada uno de aquellos que crecieron jugando un fútbol callejero.

Mismamente hemos podido verlo con la selección brasileña en este último mundial, donde los soldados de Tite efectuaban sus peculiares bailes, para algunos una humillación con todas las de la ley mientras que para otros, una clara muestra de que el fútbol es más que un deporte practicado con los pies, un sentimiento. Esta clase de bailes los hemos podido ver en jugadores con Daniel Alves o el propio Neymar JR, líder incondicional del carnaval futbolero que Brasil llevó a Catar y por desgracia, finalizó de la forma más trágica.
Hace no mucho, cuando los centrales implantaban pánico a causa de sus apariencias (véase Migueli o Sammer) y estos no parecían actores sacados de una telenovela turca; hubo un futbolista que anduvo entre críticas y desdichas a causa de ese gen que la favela le había inculcado y glorificado por muchos a causa del terror que esparcía entre sus adversarios, Romário de Souza Faria.

Romário fue el claro ejemplo de “aunque salgas del barrio, el barrio se quedará siempre en ti”. Futbolista, ofensivo, podíamos localizarlo la línea de 3/4, incluso un poco más adelantado donde gambeteaba y hacia del terreno una playa de Rio. Éste fue un futbolista total que supo mostrar el fútbol voraz que iba instalándose en el característico jugador brasileño, una estatura acorde a un deportista con soltura, velocidad en posesión (con el balón en los pies) y un cañón por pierna que hacía de los porteros botes de aluminio de estos a los que disparabas en una feria.
El futbolista carioca debutaría en Vasco da Gama donde mostraría al mundo que tenía unas cualidades idóneas para deslumbrar a aquel que con ansias buscaría sacarle de su tierra natal, 2 títulos nacionales y un fútbol repleto de carisma harían que los ojos de los grandes europeos se pusieran sobre el futbolista de Rio.

Una batería de batallas entre los grandes europeos y unas condiciones que Vasco no aceptaba hizo que el PSV, sin mucho ruido y de cuclillas recogería al suculento jugador que próximamente iría enamorando al panorama mundial.
En los Países Bajos, el fútbol de Romário haría del club de Eindhoven una potencia interna y externa. Tanto en liga como en competición europea, el jugador explotaría dándole al club 3 ligas, 3 copas de Países Bajos y supercopas neerlandesas además de un alto rendimiento en la máxima competición europea.
En el momento en el cual las cosas no podían salirle mejor a Romário, llegaría el mundial de Estados Unidos, donde la Canarinha llegaba al mundial siendo una de las favoritas y con ganas de levantar un título que iba echándose de menos en tierras amazónicas.
Romário y Ronaldo llegaban como las estrellas que harían de Brasil cuatro veces campeona de la competición más valiosa entre los continentes.

Un mundial sin conocer la derrota y doblegando a la Azzurra en la final, Romário tocaría el cielo con su estilo de juego carismático y destruyendo con un equipo imparable a cada uno de los combinados nacionales que se cruzaban con Brasil.

El futbolista que llevaba dentro seguía creciendo al mismo ritmo que fiesta, la cual se inculcaba en las venas del jugador que vería otro de sus sueños hacerse realidad, el Barcelona (en gran parte su presidente, Núñez Clemente, que tiraría la casa por la ventana pagando 12 millones de euros que todavía eran pesetas), una millonada para hacer de Romário el rey de la ciudad condal y un ídolo para su afición a la cual dejaría maravillada a causa de la magia que residía en las NIKE del brasileño y su odio al Real Madrid, al que humillaría tanto fuera como dentro del terreno de juego.
Una única temporada en tierras de Gaudí, una liga y una dolorosa final de Champions contra un Milan destructor, supondrían el preludio del ocaso en la carrera de Romário, que vería una carrera truncada a base de fiestas y una indisciplina que posteriormente a su paso por Can Barça, estaría presente en Valencia, donde Paco Roig (quien llegaría a menospreciar al futbolista a causa de su indisciplina, echándole un año posterior a su fichaje) y el amor incondicional hacia el ocio nocturno haría que los fanáticos del esférico olvidaran a ese futbolista que la favela había creado.
Dejaría el Valencia y su carrera perdería un rumbo concreto, vagando de Brasil a Australia pasando por Miami y dejando atrás sonrisas y caricias a un balón que lloraría cuando el frenético brasileño dejó su cargo en 2010.

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