
Atlético Saguntino y Asociación Deportiva Amorebieta se jugaban un pase a la siguiente ronda de la copa de su majestad el Rey.
Sitiándonos en el coliseo de Sagunto, tanto valencianos como euskeras nos demostrarían mediante énfasis y juego suculento que ambos ansiaban esa plaza y ninguno buscaba quedar eliminado.
El mismo resultado del encuentro nos dejaría una enseñanza más que aplicable en todo tipo de aspectos.
Arrancaría el partido y la balanza se inclinaría hacia el lado local, el equipo de Gerard Albadejo había salido con una marcha más que su rival y la presencia en área contraria estaba más que presente en los compases iniciales del encuentro.
Nacho Ramón, nombrado mejor futbolista del encuentro, buscaría de cualquier manera ese preciado gol que pudiera dar ventaja a los locales aunque sin mucha fortuna ya que los de Unai Zubiaur tuvieron esa pizca de suerte que los locales no lograron hallar ofensivamente hablando.
El tiempo seguía esfumándose y el pequeño seguía plantándole cara al grande.
El “Atlètic” buscaba descarada y brutalmente ese preciado tesoro que les sirviese de ibuprofeno para ir al descanso con todo el apaciguamiento posible.
Así y todo, las oportunidades caían pero el gol no llegaba al coliseo, el miedo fluía en el cuerpo de un plantel valenciano que buscaba todo menos morir en la orilla.
La primera parte se disolvía y la grada retumbaba con su equipo, estaban estableciendo una jerarquía contra un club a años luz de su proyecto balompédico y eso iba viéndose reflejado en un Saguntino que enseñaba el escudo y la espada con firmeza.
Los 45 minutos finiquitaron con 0 oportunidades de gol por parte del club vasco.
Marcos, portero del equipo local, tuvo poco trabajo durante los compases iniciales del partido, esto le consagró y cogió confianza para aquello que desembocaría en el Coliseo durante los momentos finales de partido.
El balón no dejaría de rodar y la segunda parte comenzaría entre relámpagos.
El cielo nos acribillaría con una lluvia torrencial pero el esférico se disputaría entre dos equipos que aún debían enseñar los colmillos y dar un golpe sobre la mesa.
El Amorebieta no buscaba quedarse atrás, los de Unai buscarían probar a Marcos mediante aproximaciones y golpeos que poca certeza tuvieron, el portero se encontraba en un estado de ánimo más que remarcable y esto se propagó por una defensa que bajo el mando de Héctor Rodas, no cederían un hueco a los atacantes rivales.
El Saguntino se hallaría distante a aquello visto en la primera parte, el club de casa no conseguía propagar el buen estado de la defensa a la zona media alta del campo y se verían con problemas a causa de ello y la presión de los norteños, que no sería relajada en el cupo de minutos que tuvimos en la segunda parte.
Una de las acciones que más controversia creó en tema de peligro llegaría en el minuto 20 con una sucesión de rebotes en área visitante, que por centímetros acabaría fuera de los tres palos.
El delantero del Saguntino, Nacho Ramón y su fiel acompañante de ataque Cesar Díaz se mantendrían firmes en el área rival, estos buscaron a mansalva rematar cualquier balón que pudiera finalizar entre las mallas pero un gran Marino lo impediría en todo momento.
El banquillo comenzaría a carburar y Gerard introdujo en el campo a Esteve y Camacho (números 9 y 7) los cuales pertenecían a la parcela ofensiva, estos crearían desequilibrios en la zona peligrosa del Amorebieta aunque el luminoso seguía sin moverse.
posteriormente un nuevo córner quedaría en nada para un equipo que crecía a medida que el reloj corría.
No había manera de romper el luminoso, ambos equipos estaban francamente igualados tanto en juego creado como en ocasiones pero los balones se marchaban por milésimas, esto era el preludio de una prórroga que estaría presente en un encuentro donde ambas potencias, de diferentes categorías acabarían siendo equivalentes inclusive luchando de tú a tú entre ellas.
Aunque la pólvora estaba más que chamuscada a causa de que los balones no entraban, las ocasiones no cesaban por parte de ambos equipos.
El fútbol es muy imprevisible y cuando mejor estaba la Amorebieta, Cesar, delantero del Saguntino, bajaría un balón que daba ligeramente en el brazo del defensor de Amorebieta.
El árbitro, dejaría a todos perplejos al no pitar nada en una acción de tal calibre.
Y con esas, la segunda parte finalizaría.
Las oportunidades creadas y unas posesiones infernales que fueron intercambiándose nos llevaron a una prórroga que nos enseñaría la valentía que posee un gladiador.
El coliseo valenciano seguía vibrante como en el preludio al partido.
La afición sabía que era un momento para estar junto al equipo, ellos mismos habían desplegado una pancarta donde podía leerse “el sueño de todo un pueblo”.
La prórroga era lo más idóneo para que el club del puerto pudiera dar ese golpe sobre la mesa que colocaría al club en la siguiente fase copera.
El fútbol se reanudaría y el corazón de los visitantes colapsaría con una jugada que hubiera suprimido las posibilidades de victoria.
Una buena presión y robo en el centro del campo por parte de los locales sería una lanza que estuvo cerca de penetrar en la coraza rival, esta jugada, con mucha suerte quedaría repelida por un Marino que sucumbiría a causa de unas molestias en el abductor izquierdo.
La primera parte de la prórroga no nos dejaría mucho fregado más y sin mucho más que comentar nos sumergiríamos en la segunda parte de la prórroga, unos 15 minutos que nos levantarían del asiento.
Cuando la Amorebieta dominaba y hacía temblar a nuestro querido Marcos, un soplo de aire fresco rozaría el casco del guerrero local.
Una falta creada por la zaga visitante sería la artífice de un gol que pasaría a la historia de un club y una ciudad entera.
La falta que él mismo protagonista del gol ejecutaría, acabaría rozando en las manos de un central del Amorebieta.
Fue ahí cuando el árbitro no dudaría en pitar la pena máxima, el jolgorio y alegría acabarían incrustándose a la urbs de Sagunto.
El mismo que había ejecutado la falta anterior al penalti sería quién cogería el balón y lo plantaría en el círculo de color nieve, sin pensarlo ni mirar atrás, Acevedo mandaría a las mallas un balón que sabía a dulce para un equipo que había remado sin cesar contra un equipo que no era de su categoría y que se hallaba a un nivel más que superior.
El pitido final llenó de rabia a unos y mancharía de felicidad a otros los cuales no sabían donde esconder esa felicidad que poseían dentro.
Y así, Goliat acabó sucumbiendo ante David, que con armas menores acribillaría a su rival con fútbol, corazón, coraje y un ambiente que les empujaría sin miedo.


